Módulo 2: Pensamiento crítico y dilemas
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En nuestra sociedad actual estamos recibiendo continuamente información desde diversos medios de comunicación, así como la proliferación en el uso de las redes sociales, lo que está influyendo de manera directa en nuestro razonamiento y pensamiento. En este sentido, es vital el contar con una formación global como ciudadano competente y responsable inmerso en nuestra sociedad actual que sea capaz de tomar decisiones con un sentido crítico ofreciendo argumentos basados en justificaciones evidentes (Díaz y Jiménez-Liso, 2012). Por todo esto, debemos considerar que la capacidad argumentativa así como la de tomar decisiones se aventuran claves para fomentar el pensamiento crítico, siendo entendido como un pensamiento racional y reflexivo (Blanco, España y Franco-Mariscal, 2017; Solbes y Torres, 2012). En cuanto a la argumentación, desde el punto de vista de la enseñanza de las ciencias, se puede concebir como la habilidad para poder evaluar aseveraciones apoyándose en evidencias concretas a la vez que poder detectar posibles falacias argumentativas (Jiménez-Aleixandre, 2010). Dentro de lo que podemos considerar “un buen argumento”, podemos encontrar tres elementos fundamentales de acuerdo con el modelo analítico de argumentación propuesto por Toulmin (1958). Estos elementos son: pruebas o evidencias, que apoyan a una afirmación; la justificación, utilizada para dar soporte a las pruebas y que requiere de un conocimiento base; y, por último, la conclusión, que surge como producto final después de un proceso de toma de decisiones. De este modo, podemos considerar la argumentación como una herramienta fundamental para construir explicaciones, modelos y teorías (Toulmin, 1958) que presta su ayuda a los estudiantes para enfrentarse a preguntas y problemas desde un punto de vista racional y crítico. Además, también podemos considerarla una herramienta importante en el aula para la formación de ciudadanos responsables que puedan tomar posturas y decisiones ante distintas situaciones, lo que hace resaltar su importancia en la educación, ya que implica proponer y discutir ideas, evaluar alternativas y elegir entre diferentes explicaciones. Aunque la importancia de la argumentación en educación parece incuestionable, todavía sigue lanteando importantes retos para el profesorado sobre qué estrategias se pueden asumir como las más adecuadas y útiles para desarrollar el pensamiento crítico en los centros educativos (Roca, 2013). Recientemente, diferentes autores (Evagorou, Jiménez-Aleixandre y Osborne, 2012; Lipp y Simonneaux, 2013) han propuesto que la implementación en el aula de dilemas con carácter sociocientífico es un recurso útil para desarrollar el pensamiento crítico ya que les permiten a los estudiantes establecer conexiones al trabajar problemas concretos entre la parte más teórica y los conocimientos científicos aprendidos en el aula con problemas cotidianos habituales, lo que, además, para que repercute en un aumento de motivación e interés de los estudiantes (Andrée, 2005). Además, los problemas implicados en estos dilemas posibilitan a los estudiantes poner en juego competencias científicas, favoreciendo la argumentación y la toma de decisiones, al cuestionarse un mismo problema desde diferentes perspectivas (Fang, Hsu y Lin, 2019) y empleando pruebas científicas para respaldar sus argumentos (Bravo y Jiménez-Aleixandre, 2018).
En nuestra sociedad actual estamos recibiendo continuamente información desde diversos medios de comunicación, así como la proliferación en el uso de las redes sociales, lo que está influyendo de manera directa en nuestro razonamiento y pensamiento. En este sentido, es vital el contar con una formación global como ciudadano competente y responsable inmerso en nuestra sociedad actual que sea capaz de tomar decisiones con un sentido crítico ofreciendo argumentos basados en justificaciones evidentes (Díaz y Jiménez-Liso, 2012). Por todo esto, debemos considerar que la capacidad argumentativa así como la de tomar decisiones se aventuran claves para fomentar el pensamiento crítico, siendo entendido como un pensamiento racional y reflexivo (Blanco, España y Franco-Mariscal, 2017; Solbes y Torres, 2012). En cuanto a la argumentación, desde el punto de vista de la enseñanza de las ciencias, se puede concebir como la habilidad para poder evaluar aseveraciones apoyándose en evidencias concretas a la vez que poder detectar posibles falacias argumentativas (Jiménez-Aleixandre, 2010). Dentro de lo que podemos considerar “un buen argumento”, podemos encontrar tres elementos fundamentales de acuerdo con el modelo analítico de argumentación propuesto por Toulmin (1958). Estos elementos son: pruebas o evidencias, que apoyan a una afirmación; la justificación, utilizada para dar soporte a las pruebas y que requiere de un conocimiento base; y, por último, la conclusión, que surge como producto final después de un proceso de toma de decisiones. De este modo, podemos considerar la argumentación como una herramienta fundamental para construir explicaciones, modelos y teorías (Toulmin, 1958) que presta su ayuda a los estudiantes para enfrentarse a preguntas y problemas desde un punto de vista racional y crítico. Además, también podemos considerarla una herramienta importante en el aula para la formación de ciudadanos responsables que puedan tomar posturas y decisiones ante distintas situaciones, lo que hace resaltar su importancia en la educación, ya que implica proponer y discutir ideas, evaluar alternativas y elegir entre diferentes explicaciones. Aunque la importancia de la argumentación en educación parece incuestionable, todavía sigue lanteando importantes retos para el profesorado sobre qué estrategias se pueden asumir como las más adecuadas y útiles para desarrollar el pensamiento crítico en los centros educativos (Roca, 2013). Recientemente, diferentes autores (Evagorou, Jiménez-Aleixandre y Osborne, 2012; Lipp y Simonneaux, 2013) han propuesto que la implementación en el aula de dilemas con carácter sociocientífico es un recurso útil para desarrollar el pensamiento crítico ya que les permiten a los estudiantes establecer conexiones al trabajar problemas concretos entre la parte más teórica y los conocimientos científicos aprendidos en el aula con problemas cotidianos habituales, lo que, además, para que repercute en un aumento de motivación e interés de los estudiantes (Andrée, 2005). Además, los problemas implicados en estos dilemas posibilitan a los estudiantes poner en juego competencias científicas, favoreciendo la argumentación y la toma de decisiones, al cuestionarse un mismo problema desde diferentes perspectivas (Fang, Hsu y Lin, 2019) y empleando pruebas científicas para respaldar sus argumentos (Bravo y Jiménez-Aleixandre, 2018).