Hacia un mapeo situado de sostenibilidad desde capacidades con patrimonio cultural
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Existe una dimensión en la percepción y usos del patrimonio cultural que va más allá de su balance de resultados como producto mercantilizado. Las manifestaciones del patrimonio cultural, entendidas como bienes comunes, están a disposición de las personas para el ejercicio de sus capacidades individuales y también colectivas. Hablamos de cómo cada individuo y cada comunidad social hace uso de ese patrimonio para poner en marcha funcionamientos relevantes en sus vidas y ejercer así su derecho, no solo a participar en la cultura, sino a expandir su derecho al desarrollo humano sostenible. Algunas de las claves de ese derecho al desarrollo pueden entenderse que están plasmadas en ese acuerdo internacional que es la Agenda 2030. Para una consecución más pertinente en derechos y logros de desarrollo desde nuestro hecho patrimonial consideramos oportuno incorporar a las herramientas de ordenación y gestión del patrimonio -como son los inventarios y catálogos-, esta otra dimensión no propiamente mercantil que es identificar en cada hecho patrimonial su posibilidad capacitante, e incluir, por tanto, aquellos factores que resultan una amenaza real o expectante contrarios a esa expansión de funcionamientos valiosos para la comunidad. Cuestiones como el discurso que manejamos sobre elementos del patrimonio, nuestra posibilidad de acceso y uso, la capacidad de generar patrimonio, o la elección de un patrimonio heredado no escogido, o el rechazo a la significación asignada a referencias simbólicas de ese patrimonio cuando percibimos que no nos representa, o que limita nuestra dignidad, se conjugan aquí para ir tejiendo un mapa de habilitaciones diacrónico y cambiante en orden a las necesidades de sostenibilidad de las gentes.
Existe una dimensión en la percepción y usos del patrimonio cultural que va más allá de su balance de resultados como producto mercantilizado. Las manifestaciones del patrimonio cultural, entendidas como bienes comunes, están a disposición de las personas para el ejercicio de sus capacidades individuales y también colectivas. Hablamos de cómo cada individuo y cada comunidad social hace uso de ese patrimonio para poner en marcha funcionamientos relevantes en sus vidas y ejercer así su derecho, no solo a participar en la cultura, sino a expandir su derecho al desarrollo humano sostenible. Algunas de las claves de ese derecho al desarrollo pueden entenderse que están plasmadas en ese acuerdo internacional que es la Agenda 2030. Para una consecución más pertinente en derechos y logros de desarrollo desde nuestro hecho patrimonial consideramos oportuno incorporar a las herramientas de ordenación y gestión del patrimonio -como son los inventarios y catálogos-, esta otra dimensión no propiamente mercantil que es identificar en cada hecho patrimonial su posibilidad capacitante, e incluir, por tanto, aquellos factores que resultan una amenaza real o expectante contrarios a esa expansión de funcionamientos valiosos para la comunidad. Cuestiones como el discurso que manejamos sobre elementos del patrimonio, nuestra posibilidad de acceso y uso, la capacidad de generar patrimonio, o la elección de un patrimonio heredado no escogido, o el rechazo a la significación asignada a referencias simbólicas de ese patrimonio cuando percibimos que no nos representa, o que limita nuestra dignidad, se conjugan aquí para ir tejiendo un mapa de habilitaciones diacrónico y cambiante en orden a las necesidades de sostenibilidad de las gentes.